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Nearshoring: ¿Oportunidad histórica o moda pasajera?

05 de Enero de 2023
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1. La globalización y el Fin de la Historia

El 17 de diciembre de 1992, a menos de un año de la disolución de la Unión Soviética y tres años de la Caída del Muro de Berlín, el presidente de los Estados Unidos, George W. Bush; de México, Carlos Salinas y el primer ministro de Canadá, Brian Mulroney se reunían en Washington, D.C. para atestiguar la firma del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCAN). La firma suponía la culminación de años de negociación de un acuerdo comercial con el que México y sus socios norteamericanos se aprestaban a entrar a una nueva era de integración comercial. El TLCAN era una pieza fundamental de un mundo más unido económicamente. Europa ese mismo año había firmado el histórico Tratado de Maastrich piedra fundacional de la Unión Europea. Un par de años más tarde, 194 países firmarían el Acuerdo de Marrakech que daría nacimiento a la Organización Mundial de Comercio (OMC). Nacía la globalización como un proyecto que daría dirección al mundo más allá de lo económico.  El politólogo norteamericano Francis Fukuyama veía en este nuevo mundo una oportunidad en la que el ser humano avanzaría por fin hacia un futuro próspero y democrático: nos encontrábamos ante el Fin de la Historia.

El Fin de la Historia no llegó a México con la firma del TLCAN. El 1 de enero de 1994, tras un prolongado proceso de ratificación, el tratado entró en vigor. Lejos de ser la antesala al primer mundo, México despertó ese día con la noticia del levantamiento Zapatista. El magnicidio de un candidato presidencial, la violencia política y los desequilibrios en la economía nacional, llevaron a nuestro país, en ese primer año del TLCAN, a una de las peores crisis económicas de las que se tenga registro. La Crisis del Tequila de 1995 fue un golpe terrible para las familias mexicanas, que terminó con el sueño de un México más próspero y más justo.

El TLCAN, sin embargo, se reconoce como la fuerza que permitió una recuperación y transformación de la planta productiva. El PIB del país recuperó sus niveles previos a la crisis tan solo 10 meses después de su punto más bajo. México despediría el siglo XX registrando una tasa de crecimiento de 4.9% en el cuarto trimestre de 2000, un récord que no hemos podido repetir en más de 20 años.

2. Despierta un gigante

En diciembre de 2011 China, con sus 1,200 millones de habitantes, se convirtió en miembro de la OMC. Se atribuye a Napoleón la frase “China es un gigante dormido, déjenla dormir, porque cuando despierte, sacudirá el mundo.” El despertar de China, marcado por una apertura que inicia desde los años 1970, sin duda sacudió al mundo tal como lo predijo el emperador galo hace más de 200 años.  

El acceso de China al mercado mundial convirtió al país asiático en la fábrica del mundo. La participación de China en el comercio global más que se triplicó en 20 años. Esta pasó de un escaso 4% en 2001 a casi 14% en 2019, justo antes de la pandemia del COVID-19. China creció a una tasa promedio de 8.7% durante las primeras dos décadas del siglo XXI, logrando la hazaña de sacar a más de 100 millones de personas de la pobreza.

China, al competir con una inmensa mano de obra y bajos salarios, relegó a México y su flamante TLCAN a un papel secundario. En los escasos seis años entre la firma del TLCAN en 1994 y el acceso de China a la OMC, la participación de las exportaciones mexicanas en el mercado global casi se triplicó. Sin embargo, con China en escena, México apenas pudo mantener esa participación durante los siguientes 20 años. El resultado económico, si bien no es malo, dista mucho de ser un milagro económico. La tasa de crecimiento promedio del país entre 2001 y 2019 fue tan solo de 1.9%. Además, la inserción de México en la economía global ha sido un proceso sumamente asimétrico. La integración comercial dio lugar a una historia de dos Méxicos. Por un lado, el México del Norte y Centro, donde la industria pudo integrarse a las cadenas de valor de Norteamérica, donde hay empleo y crecimiento y ha sido posible avanzar en el desarrollo social. En el otro extremo está el México del Sur y Sureste, donde la promesa del crecimiento nunca llegó y aún predomina la pobreza y la marginación.

El creciente poderío militar, económico y político de China representa el surgimiento de un nuevo orden mundial

¿Cómo logró China tan impresionantes resultados? Un componente fundamental fue la reubicación de los centros de producción desde Occidente hacia China. Durante esos años, el mundo fue testigo del fenómeno del offshoring, en el que cientos de empresas de Estados Unidos y Europa hicieron maletas y mudaron su operación al país asiático aprovechando las ventajas de su mercado laboral.

El impacto de la integración comercial de China sobre la economía de los Estados Unidos ha sido un tema debatible por largo tiempo. En 2017, los académicos Autor, Dorn, y Hanson estimaban que hasta 2011, se habían perdido casi 2 millones de empleos netos en los Estados Unidos. Otros investigadores aseguran que no ha habido una pérdida neta de empleos, aunque sí una reconfiguración del mercado laboral desde el sector industrial hasta el de servicios. Al margen de este acalorado debate, la realidad es que el acceso a China al mercado mundial cambió por completo la geografía económica de la manufactura global.  
El modelo de China, sin embargo, contenía una píldora envenenada para Occidente. China siempre aspiró a convertirse en algo más que un centro maquilador, su meta estuvo fija en la innovación y tecnología, que son el verdadero motor del crecimiento. La empresa occidental para acceder a China típicamente entraba en un joint venture con una empresa local, que obligaba a acuerdos forzados de transferencia de tecnología. China ofrecía en esta negociación algo sumamente atractivo, además de la mano de obra barata de su mercado laboral: el jugoso acceso a su mercado doméstico para las empresas occidentales.

El modelo funcionó por años para todas las partes. Las empresas occidentales producían barato en China y vendían caro en sus países de origen. Al mismo tiempo se beneficiaban al vender sus productos en los florecientes mercados de Shangai y Beijing. China, por su parte, accedía a tecnología occidental, copiándola, adaptándola y muchas veces mejorándola. La violación sistemática de los derechos de propiedad intelectual era un precio que podía tolerarse.

3. Make America Great Again

Las primeras fisuras en este modelo de globalización se dieron con el alza en los salarios y niveles de vida de China. Entre 2001 y 2019 los salarios en China se multiplicaron por cuatro, como resultado de un proceso de crecimiento sostenido. La ventaja de China como proveedor de mano de obra barata llegaba a su fin. Sin embargo, las grietas más relevantes se verían algunos años después tras la Crisis Mundial de 2008-2009. Esta crisis marcó un parteaguas en Occidente, al evidenciar un modelo económico capaz de generar enorme riqueza y a la vez grandes desigualdades.

El electorado buscaba respuestas, las cuales vinieron por parte de liderazgos que señalaban a la globalización como el gran culpable. En 2016 llegó el Brexit y más tarde, ese mismo año, la elección del presidente Donald Trump en los Estados Unidos con su promesa de terminar con la globalización y renegociar el TLCAN bajo el lema “Make America Great Again.” Fukuyama estaba equivocado, el Fin de la Historia no llegó, y lejos, muy lejos quedaba la imagen de ese 1994 y el sueño de integración y prosperidad para Norteamérica y Europa. La historia ya la conocemos, Estados Unidos obligó a sus socios a renegociar el TLCAN, Reino Unido terminaría por abandonar el mercado único europeo y se iniciaría una feroz guerra comercial entre los Estados Unidos y China.

El discurso proteccionista del presidente Trump estuvo marcado por un empeño por mostrar que la globalización representó una pérdida para los Estados Unidos en empleos y generación de riqueza, argumentos, como se mencionó antes, bastante debatibles. Sin embargo, al margen de esta retórica, un elemento central en la disputa comercial con China ha sido la píldora envenenada del intercambio tecnológico. Los Estados Unidos, bajo Trump y luego Biden, argumentan que China roba entre 225 y 600 mil millones de dólares al año en propiedad intelectual a los Estados Unidos. La situación es grave más allá de esta cifra, ya que la transferencia de tecnología ha permitido a China convertirse en una potencia tecnológica amenazando la hegemonía norteamericana. En este punto es cuando la economía se empieza a mezclar peligrosamente con la geopolítica y la economía cede su lugar a la defensa de las prioridades de política pública.

La economía China supera ya bajo algunas métricas a los Estados Unidos. La influencia política del país asiático, en particular en África, es enorme y a través de la iniciativa la “Nueva Ruta de la Seda” se busca unir a Eurasia por tierra y mar sin necesidad de cruzar el Atlántico o el Pacífico.

El creciente poderío militar, económico y político de China representa el surgimiento de un nuevo orden mundial. La posibilidad de una Trampa de Eurípides en el siglo XXI en el que exista una confrontación directa entre las dos potencias quita el sueño a más de una persona.

Por ello, no debería sorprendernos que hoy en día la confrontación económica con China sea uno de los pocos acuerdos bipartidistas en los Estados Unidos.  Es de particular preocupación para los Estados Unidos la dependencia de insumos y bienes intermedios estratégicos en caso de un conflicto. Más aún, en el peor escenario de una confrontación militar, la dependencia de insumos para el sector de defensa puede ser fatal. 

Apenas en 2019 existían serias dudas de qué tan válidas eran estas preocupaciones.  Entonces fue cuando vino la pandemia del COVID-19. Las restricciones a la movilidad, el cierre de fronteras y las disrupciones generalizadas en el comercio internacional fueron un golpe enorme a la integridad de la cadena de valor global del cual aún la economía mundial no se recupera. La pandemia nos recordó que las fronteras son reales y pueden cerrarse.

Aún sin habernos recuperado de este choque, en febrero de 2022 sucedió lo impensable con la invasión de Rusia a Ucrania. En este mundo globalizado y abierto, las guerras podían seguir sucediendo. De pronto palabras que pensábamos muertas, como soberanía alimentaria o seguridad económica, revivieron obligando a todo el mundo a repensar cómo entendíamos la globalización.

4. ¿Una nueva globalización?

Cuando la seguridad es una prioridad, la ventaja comparativa, piedra angular del comercio, se hace a un lado. El modelo de globalización que nació tras el fin de la Guerra Fría simplemente no funciona en un mundo con una superpotencia que se siente amenazada o la posibilidad real de un conflicto entre naciones industrializadas.  Es en este momento tan peculiar de la historia cuando nos encontramos con la necesidad de cuestionar la viabilidad del modelo de globalización actual y la idea de reconfigurar las cadenas de valor existentes.

Cabe señalar que, además del factor geopolítico, existen dos factores adicionales que influyen en la discusión sobre la reconfiguración de las cadenas de valor y la búsqueda de un nuevo modelo de globalización. En primer lugar, tenemos la cuestión medioambiental. Las metas globales de reducción de emisiones de CO2 y la demanda de una menor huella de carbono, obligan a los procesos productivos a ubicarse en geografías con matrices energéticas limpias y minimizar el costo de emisión de transporte. En segundo lugar, tenemos el cambio tecnológico. Tecnologías tales como la robótica, la automatización basada en la inteligencia artificial, la digitalización mejorada de las cadenas de suministro globales y la manufactura aditiva basada en la impresión 3D, son factores que disminuyen la intensidad de la mano de obra en los procesos productivos y la necesidad de tercerizar la producción a mercados emergentes. El medioambiente y la tecnología, sin duda, influirán en el tipo de modelo de globalización al que transitemos, sin embargo, la realidad es que, tras la pandemia, es el factor geopolítico el detonante principal en la discusión sobre la relocalización de las cadenas de valor y la necesidad de repensar el modelo de globalización actual.

¿Cuáles son las alternativas a nuestro modelo de globalización? La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) reconoce al menos cuatro alternativas con resultados sumamente dispares.

En primer lugar, podríamos transitar hacia un mundo fragmentado en bloques comerciales donde las cadenas de valor intercontinentales cedan su lugar a cadenas más cortas y con centros de producción más cercanos a los mercados finales. El modelo de producción que da sustento a este escenario es el nearshoring. Nearshoring implica la relocalización de las cadenas de valor de lugares distantes hacia economías más próximas a los mercados finales. Privilegia la resiliencia y seguridad del comercio internacional sobre los costos inmediatos, asumiendo implícitamente que el riesgo de tener cadenas de suministro intercontinentales es simplemente demasiado elevado ante una disrupción catastrófica. El nearshoring continúa tercerizando la producción a un mercado emergente que presente ventaja comparativa en costos de producción, principalmente laborales.

El concepto de nearshoring no es nuevo. Desde la década pasada, con el alza en los costos laborales en China se empezó a cuestionar la viabilidad económica del offshoring. Sin embargo, nearshoring no es el único concepto en este escenario. Esto nos lleva a la segunda alternativa: el reshoring, también llamado in-shoring o backshoring. A diferencia del nearshoring, en este modelo la producción regresa al país industrializado evitando por completo la tercerización. El modelo de reshoring puede resultar económicamente viable con el uso de tecnologías intensivas en capital, que reduzcan la importancia de la mano de obra y el peso del costo laboral. El escenario que surge bajo este modelo es el de un mundo desglobalizado, con menor integración comercial.

Nearshoring implica la relocalización de las cadenas de valor de lugares distantes hacia economías más próximas a los mercados finales. Privilegia la resiliencia y seguridad del comercio internacional

Una tercera avenida es buscar una mayor diversificación de la planta productiva global para gestionar los riesgos que ahora sabemos enfrentan las cadenas de valor intercontinentales. Es decir, la solución al reto geopolítico que representa China no es necesariamente reubicar su producción hacia las Américas, sino buscar diversificarla. Incrementar el offshoring a países que no presenten los mismos riesgos buscando redundancias. En algunos foros a esta estrategia se le ha llamado ally-shoring, producción en países aliados. Bajo este modelo, tenemos una reconfiguración de las cadenas de valor global sin que haya necesariamente una fragmentación del comercio internacional en bloques regionales.  

Finalmente, la UNCTAD habla de un escenario híbrido, con cadenas de valor más cortas, pero que no siguen necesariamente una articulación regional. Este modelo busca pasar de una producción a gran escala ubicada en geografías lejanas con bajos costos laborales, a contar con unidades productivas más pequeñas, intensivas en capital y con tecnologías que pueden replicarse fácilmente. Estos centros productivos se ubicarían cerca de los centros de consumo tanto en países emergentes como en desarrollados. La manufactura aditiva basada en la impresión 3D podría ser un catalizador de este modelo, el cual daría lugar a un mundo más fragmentado.

En realidad, estos cuatro modelos no son mutuamente excluyentes. Su adopción depende en gran medida de la tecnología y el contexto geopolítico. Por ejemplo, en el caso de los sectores agroindustrial y extractivo, es más probable que aprovechen las ventajas del nearshoring y terminen por configurar mercados regionales fragmentados, pero más resilientes ante los riesgos geopolíticos, ambientales o de salud pública. Bajo este escenario, Estados Unidos deja de comprar alimentos y materias primas en Asia privilegiando a socios comerciales en las Américas. El nearshoring también es una alternativa en la industria automotriz y la manufactura ligera, ya que se continuarán aprovechando los menores costos de producción de los países emergentes cercanos a los centros de consumo. El ejemplo claro sería favorecer el comercio automotriz entre México y los Estados Unidos sobre China.

Por otra parte, en la manufactura intensiva en tecnologías y capital se podría optar por un modelo de reshoring. Esto corta de raíz riesgos geopolíticos, la preocupación de los Estados Unidos respecto a la dependencia de tecnología y vulnerabilidades en la protección de derechos de propiedad intelectual que contribuyó de inicio a las tensiones entre Estados Unidos y China. La iniciativa del presidente Biden de fomentar la producción doméstica de semiconductores entra claramente en este supuesto.

La diversificación y generación de redundancias podría ser una alternativa al sector servicios. Si la tercerización de servicios en Asia termina representando riesgos operativos a la continuidad de negocios en caso de un choque geopolítico o de otra índole, Estados Unidos podría generar redundancias apalancándose, por ejemplo, en los países del Caribe de habla inglesa.

Finalmente, el modelo de replicación podría ser una alternativa en el sector farmacéutico, con la creación de hubs capaces de proveer medicamentos y vacunas en caso de que se vuelva a presentar una nueva crisis de salud. La iniciativa del hub de vacunas de mRNA es un ejemplo de este modelo.

5. ¿Cuál es el papel de México?

No nos equivoquemos, el fin de la globalización tal como la conocemos y, en el mejor de los casos, la fragmentación del mundo en bloques comerciales regionales tendrá un costo económico y social enorme.  No en vano, el Fondo Monetario Internacional reconoce que la desintegración acarrearía costos enormes para todos los países. Personas en todos los niveles de ingreso se verían perjudicadas, desde profesionales bien remunerados y obreros de ingreso medio de fábricas exportadoras, hasta trabajadores poco remunerados que dependen de las importaciones de alimentos para sobrevivir.  Tampoco un mundo fragmentado resolverá los graves retos sociales que nos ha impuesto la globalización.

Sin embargo, para México esta coyuntura representa una oportunidad. La ubicación de nuestro país adyacente al mercado más grande del mundo, los vínculos comerciales que hemos desarrollado en los últimos 30 años con Norteamérica y la infraestructura legal y regulatoria que sostiene dicha relación coloca a nuestro país en una posición privilegiada para aprovechar este nuevo modelo de globalización. Un factor adicional que beneficia la posición de México es que tras la renegociación del TLCAN y la firma del T-MEC, Estados Unidos impulsó una serie de condiciones que aseguraban un mínimo de contenido regional en sus importaciones desde México. La relocalización de cadenas de valor hacia Norteamérica está impresa en el DNA del nuevo tratado.  

México, junto con Europa del Este se reconocían como las geografías que más se podrían beneficiar de un mundo fragmentado en bloques regionales. La Invasión de Rusia a Ucrania deja en una posición sumamente vulnerable a Europa del Este con México como el principal ganador en este escenario. Por ello, el modelo de nearshoring, con una nueva economía fragmentada en bloques regionales, da a México la oportunidad de convertirse en la nueva fábrica de América del Norte sin la feroz competencia que le ha representado China en los últimos 20 años. El Banco Interamericano de Desarrollo estima que el nearshoring podría incrementar las exportaciones mexicanas hasta en 35,278 millones de dólares al año mientras que Bank of America estima que nearshoring permitirá que las exportaciones se expandan hasta el 9% del PIB.

Para aprovechar esta oportunidad, México debe responder tres preguntas: ¿qué vende China a Estados Unidos que ya se produce en México?, ¿qué vende China a Estados Unidos que pueda producirse en México? y, ¿qué estamos comprando en China, que pueda producirse en nuestro país?

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Figura 1 - Sectores con alto potencial de nearshoring en el norte de México

Tenemos ya un entendimiento sobre los sectores económicos que podrían beneficiarse de este cambio. Por ejemplo, al analizar información económica de México es posible identificar las industrias con una sólida base industrial que podrían ganar participación de mercado en los Estados Unidos a expensas de China. Entre las industrias ganadoras tenemos a sospechosos comunes tales como el sector automotriz, el equipo de transporte y la fabricación de equipo eléctrico, aunque también aparecen actividades menos obvias como la industria química (Figura 1).

¿Qué vende China a los Estados Unidos que podríamos producir en México?, es una pregunta más especulativa. Sin embargo, la posibilidad de insertar al país en la cadena de valor de los semiconductores, computadoras, celulares y equipo de telecomunicaciones, que son algunas de las importaciones de las que más depende Estados Unidos de China, puede ser una gran oportunidad.

6. ¿En dónde estamos?

La relocalización de las cadenas de valor, el nearshoring hacia México ya es una tendencia emergente en la economía nacional. La Asociación Mexicana de Parques Industriales Privados (AMPIP) advierte en 2022 de un boom en la demanda de parques industriales en el Bajío, Monterrey y la Zona Metropolitana de la Ciudad de México impulsado por empresas en el ramo industrial que buscan reubicar sus operaciones desde Asia a las Américas. Por ejemplo, solo en 2021 la demanda de superficie de parques industriales por el nearshoring se multiplicó por 2.5.

Bank of America advierte ya de una incipiente expansión del sector de manufacturas en 2022. Este ha crecido a una tasa de 5% real siendo uno de los pocos sectores que ha recuperado sus niveles prepandemia. Por su parte, las exportaciones de manufacturas han crecido a una tasa de 17% en dólares. De acuerdo con el Banco de México, al menos el 16% de las grandes empresas del país ya reportan beneficios por el nearshoring.  

Sin embargo, existen consideraciones adicionales que hay que tener en cuenta. La más importante es el impacto final de esta tendencia sobre el crecimiento y bienestar. Alejandro Werner, director del Georgetown Americas Institute, estima que en el mejor escenario este cambio podría representar un impacto de 25 puntos base sobre el crecimiento del PIB para los siguientes 5 años, quedando lejos de ser el factor transformacional que se esperaría.

Otra realidad es que, si bien México ha logrado ganar participación de mercado en los Estados Unidos, otras regiones han aprovechado la oportunidad en mayor medida. Por ejemplo, antes de la pandemia entre 2018 y 2019 se estima que México absorbió el 14% de las exportaciones que China dejó de hacer a Estados Unidos. En el mismo periodo, Europa ganó el 25%.  

Estos cálculos al final suponen que el modelo de integración comercial no sería muy distinto a lo que hemos vivido en los últimos 30 años. Sin embargo, esto no tiene por qué ser así. Como hemos mencionado, uno de los detonantes más importantes en el deterioro del modelo de globalización que surgió tras la Guerra Fría, y factor fundamental en la disputa económica y política entre Estados Unidos y China, es la tecnología.  

Probablemente, Estados Unidos busque en los próximos años la relocalización de cadenas de alta tecnología a su territorio. Sin embargo, el atractivo de México como posible socio en una integración regional no puede depreciarse. Si México ha de integrarse a la producción de productos como los semiconductores, para reducir la dependencia de Asia, se tiene que repensar el rol de la innovación en toda la cadena de valor norteamericana para crear proveedores locales que sostengan dicha cadena, en ambos lados de la frontera. Una nueva gobernanza de la innovación, que brinde seguridad en los derechos de propiedad intelectual a los Estados Unidos y a la vez permita la transferencia ordenada de tecnología a nuestro país, podría representar esa oportunidad histórica que México ha buscado en los últimos años y aspirar a convertirse en algo más que un centro maquilador. Así, podríamos concretar el sueño de convertirnos en un país más próspero y más justo.

7. ¿Qué estamos haciendo en el Tec?

En el Tec buscamos contribuir y desarrollar un entendimiento más profundo del nearshoring, más allá de la coyuntura. Queremos aportar una visión multidisciplinaria que abarque la economía, los negocios, las finanzas, el derecho y la ingeniería en este importante tema. Asimismo, estamos buscando alianzas estratégicas con socios académicos en los Estados Unidos para aportar una perspectiva objetiva sobre este asunto desde ambos lados de la frontera. Como investigadores, los profesores buscamos colaborar con las instituciones multilaterales que están impulsando la agenda de política pública.

En el Tec nos interesa entender mejor qué sectores económicos pueden beneficiarse, dónde se ubican los clústeres económicos que pueden atender la demanda y la capacidad de integración regional con el resto de la economía. Reconocemos que México enfrenta numerosos retos en lo económico y social. Hay muchos problemas que requieren una solución. Por ello, queremos aportar recomendaciones que vayan más allá de lo obvio con un entendimiento profundo de los factores históricos, políticos, sociales y económicos que nos han traído hasta donde estamos ahora. Finalmente, pensamos que es fundamental entender el papel que pueden jugar la innovación y la tecnología en este nuevo juego global.