Blog

¿Populismo sui géneris?

14 de Febrero de 2024
Image
Populismo
Introducción

 

En 1991, durante el gobierno de Carlos Salinas, el Fondo de Cultura Económica publicó un libro de sugerente título: Democracias diferentes: Los regímenes con un partido dominante, compilado por el politólogo T. J. Pempel. El autor vino a presentarlo a México, cortesía del gobierno. Su argumento era sencillo: hay países donde el mismo partido gana recurrentemente las elecciones porque hace bien su trabajo y el electorado lo premia con sus votos. México, no incluido como uno de los ejemplos de democracia diferente, debería de estar en esa lista. El mensaje central de la presentación fue que si no hay alternancia en México es porque se gobierna bien y la gente vota libremente por la continuidad del mismo partido en el poder.

 

Entre los estudiosos profesionales de la política no hay consenso al momento de responder ¿qué es la democracia? Evidencia de esta falta de acuerdo son las múltiples respuestas que se han ofrecido a la pregunta, desde las concepciones mínimas de la democracia que resaltan una sola condición, como la competencia entre las élites, (Schumpeter, 1942), hasta concepciones más ambiciosas que ofrecen un listado ya sea de las condiciones favorables para la democracia (Dahl, 1971) o de sus ideales (Bobbio, 1984), pasando por aquellas propuestas que ofrecen una teoría de la democracia desde los principios de la teoría económica (Downs 1957). Podríamos ampliar esta lista sin mucha dificultad.

 

Pero en donde suele haber mucho menos disenso es en la idea de que la posibilidad de alternancia es una condición necesaria de la democracia. Adam Przeworski resumió esta idea con su ya célebre afirmación de que la democracia es un sistema en el que los partidos pierden elecciones (Przeworski, 1991). 

 

Sin duda, todas estas discusiones son, de suyo, interesantes. Pero mi propósito en este artículo es, en primer lugar, llamar la atención al hecho de que en el fenómeno del populismo encontramos una dinámica similar: múltiples propuestas de definición, de condiciones necesarias y/o suficientes, disenso (y en algunos casos incompatibilidad) entre ellas, etc. En segundo lugar, mi propósito es señalar que, no obstante que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es en varios aspectos un populista de manual, en otros se diferencia marcadamente del típico populista (al menos, del clásico populista latinoamericano). Si las democracias en el libro de Pempel son democracias sui géneris, el populismo de AMLO es igualmente un populismo (latinoamericano) sui géneris.

 

¿Qué es el populismo?

 

Ofrecer una definición satisfactoria (que no sea trivial o presa de contraejemplos) de “populismo” no es tarea fácil. Sin embargo, para los propósitos de este artículo entenderemos por populismo el surgimiento de liderazgos electos democráticamente que basan su discurso en una confrontación entre “el pueblo” y “las élites” (“la mafia del poder” en el argot de AMLO; “el pantano” en el argot de Trump; “la casta” en el de Javier Milei). 

 

El líder populista afirma representar los intereses genuinos del pueblo y a partir de ello todo se justifica, incluido centralizar el poder y erosionar las instituciones que protegen los intereses de las minorías, que en la lógica populista se encuentran fuera de los límites del pueblo bueno (Urbinati, 2019). El “pueblo” es bueno por definición, pero ha sido abusado por la élite, la cual es hipócrita, corrupta, y muchas veces representante de intereses extranjeros.

 

El eje central de la retórica populista (ya sea de derecha o de izquierda) es la permanente (y muchas veces imaginaria) lucha entre los intereses de la élite y los del pueblo. Los líderes populistas de izquierda      tratan de construir una coalición amplia para poder derrotar a la élite en el poder político y económico, para lo cual el pueblo es definido en función de la utilidad política del líder, quien escoge a una élite como adversario para poder tejer su narrativa de polarización. Ya no es la lucha de clases la forma de enfrentar la desigualdad estructural del capitalismo, sino la construcción de una coalición popular amplia.  (Laclau y Mouffe, 1985). 

 

El populismo contemporáneo parte de una exitosa manipulación de las redes sociales y de la capacidad de construir una narrativa sobre los riesgos o inequidades de la democracia liberal que favorece a una élite educada en el extranjero, impulsora de la globalización y de entidades de gobierno supranacionales como la Unión Europea. Esta narrativa tuvo particular fuerza tras la crisis financiera y económica del 2008-2009, y en el caso de algunos países en Europa, tras la migración desatada por la guerra civil en Siria que comenzó en 2011.

 

Si el líder es la voz del pueblo, quien esté en su contra está contra el pueblo y por lo tanto contra la democracia, que bajo la lógica populista suele entenderse como sinónimo simple y llano de “voluntad de la mayoría”, siendo el líder quien por sí mismo mejor entiende y encarna esa voluntad. Para defender al pueblo se puede justificar cualquier reforma que centralice el poder, pues los privilegiados del pasado se resisten al cambio, recurriendo a las instituciones de defensa de la legalidad y de los derechos de las minorías. 

 

En algunas ocasiones estas reformas eventualmente erosionan las reglas democráticas que los llevaron al poder, aunque la democracia puede sobrevivir y los partidos opositores ganar nuevamente el poder. En otras, ese es el objetivo de fondo de los líderes populistas: terminar con “la farsa democrática” del voto y asegurar que el pueblo no se “equivoque” nunca más, que la mafia en el poder no lo vuelva a manipular y consiga su apoyo en las urnas.

 

AMLO como populista de manual

 

Una vez expuestos algunos de los principales rasgos del populismo contemporáneo, no es difícil percatarse de que, en muchos aspectos, AMLO es un populista de manual. Podemos reforzar esta conclusión si recurrimos a otros rasgos identificados por Nadia Urbinati en su justamente célebre libro Me the People: How Populism Transforms Democracy de 2019. Ahí, Urbinati sostiene que las opiniones contrarias a las del líder populista no sólo son inmediatamente rechazadas y ridiculizadas, sino incluso relacionadas con intereses perversos propios de las élites; o que para el populismo la legitimidad del líder no sólo es cuantitativa (en términos de la mayoría que lo llevó al poder o que lo apoya como gobernante), sino también cualitativa: una legitimidad moral del líder y sus seguidores sobre el resto. O, por último, que el populismo:

… tiene fobias persistentes hacia el sistema de partidos, los medios de comunicación, los intelectuales, que invariablemente identifica con la élite, con el sistema y como obstáculos a su causa. Un común denominador es su airada denuncia de la corrupción pero también lo son la extendida práctica del nepotismo y el reparto de favores con cargo a los recursos del Estado para preservar su mayoría. Un rasgo adicional que caracteriza al populista es su reticencia frente a la transparencia y la rendición de cuentas, pues supone que su permanente exposición popular y la fe de su pueblo como marca de legitimidad lo eximen de sujetarse a los controles formales y a las instituciones intermediarias, que ve como meros estorbos (Murayama, 2021).

Sobre este punto de la transparencia y la rendición de cuentas – que para autores como Waldron (2014) son condiciones necesarias para la democracia, aunque véase Achen y Bartels (2016) para los límites de la responsabilidad gubernamental en las prácticas democráticas reales –, Urbinati concluye que “ya que el líder es sólo la boca del pueblo y no tiene voluntad propia, las cosas que haga deben ser las que el pueblo le ha pedido que haga. Si no cumple, la responsabilidad debe recaer en manos de los enemigos del pueblo, que nunca desaparecen (y tampoco duermen nunca). Por lo tanto, el líder irresponsable se basa en gran medida en la teoría de la conspiración como una especie de ‘ideología de la excusa’.” (Urbinati 2019, p. 129).

 

AMLO es un populista de manual. Polariza; denosta a sus adversarios y ha enfrentado y tratado de erosionar a las instituciones que suponen contrapesos. Si bien ha fallado en eliminarlas de la Constitución, se advierte esta posibilidad, sobre todo si Morena y aliados ganan la mayoría constitucional en las elección de junio.  Dicho lo anterior, en los siguientes apartados identificaré tres rasgos suyos que, no obstante, lo diferencian marcadamente de otros populistas latinoamericanos: su prudencia fiscal, la ausencia del anti-imperialismo, y la imposibilidad de reelegirse, ya sea porque no lo buscó o consideró que la regla vigente de no reelección no se podía cambiar.

 

La prudencia fiscal de AMLO

 

Antes de que empezaran a surgir propuestas teóricas ambiciosas para entender el populismo y su relación con la democracia y sus instituciones formales e informales – la de Urbinati es solamente una de tantas –, en el ciclo de gobiernos populistas de América Latina de los años setenta algunos autores ponían especial atención en los aspectos económicos del populismo, en particular en sus consecuencias para la política económica de un país (Bazdresch y Levy, 1992). Bajo este criterio, el populismo económico implica políticas fiscales insostenibles en el tiempo. ¿Es AMLO un “populista económico” en este sentido? Me parece que no.

 

La prudencia fiscal de AMLO parece estar basada en el principio de no gastar de más e invertir sólo en lo que tiene rentabilidad electoral en el sexenio. El Estado soy yo. Mi tren, mi refinería, mi aeropuerto, se concluyen. El resto no importa mucho. Ni siquiera si no funcionan bien, basta que sus obras estén inauguradas. 

 

En contraste con lo esperado, o incluso temido, antes de que asumiera el poder, su prudencia fiscal llevó a que en medio de la pandemia no hubiera un programa emergente de gasto público. Ciertamente le heredaron finanzas públicas estables y el dinero extra destinado a sus transferencias, si bien significativo en su monto, no es nada del otro mundo, aunque la trayectoria del gasto en materia de pensiones no es sostenible sin una reforma fiscal exitosa en ampliar la recaudación. Si bien es cierto que sus grandes obras de infraestructura son cuestionables, el gasto total anual en inversión pública como porcentaje del PIB en sus primeros cinco años de gobierno no ha sido particularmente mayor que en el sexenio previo. 

 

La excepción, desde luego, está en su política energética, cuyo objetivo ha sido claro: regresar la hegemonía a las empresas del Estado, Pemex y CFE. En ese rubro, el costo fiscal y económico para el país ha sido muy alto y los resultados operativos y financieros han estado muy por debajo de lo esperado (Elizondo, 2023).

 

Pero me parece que su prudencia fiscal, así como la debilidad de las instituciones del Estado mexicano (uno de cuyos síntomas es la personificación del poder estatal en la figura de AMLO), permiten que dos de las razones principales que, de acuerdo con Levitsky y Way (2023) explican la resiliencia de la democracia en países asediados por líderes populistas con pulsiones autoritarias, estén presentes en México en alguna medida. La primera, un cierto desarrollo capitalista que genera clases medias y trabajadores urbanos. Gracias a la política fiscal prudente y a la dinámica del nearshoring, la economía mexicana presenta bolsones de mucho dinamismo. En un sentido, a la hora del voto, esto favorece al partido en el poder, que cuenta además con el apoyo de los sectores más pobres y dependientes de los apoyos del gobierno. Pero una sociedad más rica y autónoma ofrece más resistencia a los esfuerzos de dinamitar las instituciones democráticas. La otra es que en países con Estados débiles, los gobiernos carecen de los recursos y de la capacidad coercitiva para consolidar un gobierno autoritario.  

     

AMLO, ¿anti-imperialista?

 

Sin duda, un rasgo típico del populismo latinoamericano es su discurso nacionalista y anti-imperialista (Cardoso y Faletto, 1970; O’Donnell,      1972). Me parece que, en este sentido, AMLO tampoco es el típico populista latinoamericano. Si bien ha buscado dejarle claro a sus seguidores radicales sus preferencias ideológicas en asuntos internacionales (como cuando en el desfile del 16 de septiembre del 2021, el invitado de honor fue el presidente de Cuba y en el del 2023 desfiló un contingente de Rusia), no ha recurrido al nacionalismo exacerbado ni al anti-imperialismo como aglutinadores de su movimiento.

Así como parece tener internalizados los riesgos que conlleva la imprudencia fiscal, también parece tener internalizados los riesgos que, incluso para su propio proyecto político-personal, conlleva un enfrentamiento directo con Estados Unidos. AMLO no ha provocado de más a nuestros vecinos.

AMLO ha dicho que somos parte de Norteamérica. Optó por no entorpecer la inserción de México en la región, y ganó en su tercer intento por la Presidencia sin amenazar con renegociar el TLCAN. Estaba de hecho en curso una renegociación del tratado impulsada por Trump, que AMLO terminó por apoyar. 

 

La no reelección

 

Ya sea porque también tiene internalizado el principio de no reelección (en más de una ocasión se ha identificado como maderista) o porque este principio está fuertemente arraigado en las instituciones formales e informales del sistema político mexicano, AMLO no se reelegirá para un segundo mandato. En esto también es distinto de otros populistas que, incluso estando constitucionalmente impedidos para hacerlo, intentaron, y consiguieron, reformar las c     onstituciones de sus países para poder mantenerse en el cargo (como Evo Morales en Bolivia, o Hugo Chávez en Venezuela) o intentaron llevar a cabo autogolpes de Estado para ese mismo fin (como Pedro Castillo en Perú).

 

A diferencia de otros populistas como Chávez o Fujimori, AMLO no es un outsider: no viene de fuera del sistema político, es hijo del PRI. Su origen nacionalista revolucionario es central para entender sus preferencias ideológicas, tanto económicas como respecto de cómo gobernar, incluido el respeto al principio de no reelección. 

 

No habrá reelección, pero es alto el riesgo de que AMLO usará los recursos a su alcance, legales e ilegales, para tratar de legarle el poder a Claudia Sheinbaum. Los votos se contarán, pero la contienda volverá a ser inequitativa, como en los años hegemónicos del PRI. El objetivo es impulsar a Morena para ganar en el 2024 con una mayoría calificada en el Congreso y poder hacer las reformas constitucionales que anulen la autonomía del Poder Judicial y de los órganos electorales. Estos deseos son típicos del populismo y, de lograrse, abrirían la puerta para la recreación de un régimen autoritario en el futuro.

Referencias

Achen, C. y L. Bartels (2016), Democracy for Realists: Why Elections Do Not Produce Responsive Government, Nueva Jersey, Princeton University Press.

 

Bazdresch, C. y S. Levy (1992), “El populismo y la política económica de Mexico”, en R. Dornbusch y S. Edwards (eds.), La Macroeconomía del populismo en la América Latina, México, FCE, pp, 255-296. 

 

Bobbio, N. (1984), Il future della democrazia, Turín, Giulio Einaudi eds.

Cardoso, F. y E. Faletto (1970), Dependencia y desarrollo en América Latina, Santiago, Flacso.

 

Dahl, R. (1971), Polyarchy: Participation and Opposition, New Haven, Yale University Press.

 

Downs, A. (1957), An Economic Theory of Democracy, Chicago, University of Chicago Press.

 

Elizondo Mayer-Sierra, C. (2023, Febrero 22). La crisis fiscal y el origen del neoliberalismo en México: implicaciones para el futuro. Escuela de Gobierno y Transformación Pública. https://egobiernoytp.tec.mx/es/blog/la-crisis-fiscal-y-el-origen-del-neoliberalismo-en-mexico-implicaciones-para-el-futuro

 

Laclau, E. y C. Mouffe (1985), Hegemony and Socialist Strategy: Towards a Radical Democratic Politics, Londres, Verso (New Left).

Levitsky, S. y L. Way (2023), “Democracy’s Surprising Resilience”, Journal of Democracy, vol. 34, núm. 4, pp. 5-20.

 

Murayama, C. (2021), “La desfiguración democrática”, Letras Libres, URL = https://letraslibres.com/revista/la-desfiguracion-democratica/.

 

O’Donnell, G. (1972), Modernización y autoritarismo, Buenos Aires, Paidós.  

Pempel, T. J. (comp.) (1991), Democracias diferentes: Los regímenes con un partido dominante, México, FCE.

 

Popper, K. (1962), The Open Society and Its Enemies, Londres, Routledge & Kegan Paul.

 

Przeworski, A. (1991), Democracy and the Market, Chicago, University of Chicago Press.

 

Schumpeter, J. (1942), Capitalism, Socialism, and Democracy, Nueva York, Harper & Brothers.

 

Urbinati, N. (2019), Me the People: How Populism Transforms Democracy, Cambridge, Harvard University Press.

 

Waldron, J. (2014), “Accountability: Fundamental to Democracy”, NYU School of Law, Public Law Research Paper No. 14-13.